Hoy nos hemos desayunado con la información desvelada por El Mundo y El País de que el PSOE se está preparando para el escenario de un adelanto de las elecciones generales a otoño de este año por parte del presidente del Gobierno. Parece que Zapatero está reconsiderando su postura de aguantar hasta el final, de agotar la legislatura, ante lo difícil de la situación. Su partido se ha llevado hace un mes el mayor batacazo de su historia en unas municipales, su crédito y popularidad están por lo suelos, las expectativas electorales no hacen sino empeorar, el efecto Rubalcaba no ha existido, la soledad del PSOE en el panorama político español es manifiesta, los líderes internacionales ya llaman más a Génova que a La Moncloa... La situación comienza a ser insostenible.
Pero, ¿qué es lo que ha hecho recapacitar a Zapatero? ¿Por qué empieza ahora a plantearse un adelanto electoral cuando hasta hace dos días era impensable que albergara en su cabeza una idea distinta a la de agotar hasta el final la legislatura? Hay dos hechos que creemos han sido claves a la hora de hacer dudar al presidente de qué le conviene más a España, al PSOE y a él mismo en este momento.
El primero es consecuencia directa de la debacle electoral del 22 de mayo. El Partido Socialista salió tocado y hundido de esos comicios y no solo porque perdiera casi todo su poder territorial. Tampoco porque buena parte de él pasara a manos populares. Lo más grave de todo ha sido el aislamiento, la soledad a la que ha sido recluida la formación fundada por Pablo Iglesias. Nadie ha querido asociarse al Partido Socialista tras las elecciones, todos los partidos y líderes se distancian cuanto pueden, evitan pactar con ellos, buscan cualquier alternativa antes de arriesgarse a un contagio del desapego social que sufre el PSOE. Ha sucedido en Cataluña, donde CiU y PP se han acercado y han llegado a acuerdos de gobernabilidad en numerosos sitios. Este entendimiento ha desbancado del poder al PSOE en Barcelona, Badalona, Castelldefels, Mataró, Reus, la Diputación de Barcelona y muchos otros municipios. Además, la alianza tiene todos los visos de mantenerse a medio plazo y ya se da por hecho que el PP apoyará los próximos presupuestos de la Generalitat que preside Artur Mas. No es aventurado ver tras estos movimientos el inicio de una alianza que puede afianzarse tras las próximas elecciones generales.
También en el País Vasco se ha recrudecido el enfrentamiento entre el PSOE y el PNV. La formación que preside Íñigo Urkullu ha preferido acercarse a los abertzales de Bildu que buscar acuerdos con los socialistas. Rechazaron de plano la propuesta que al alimón ofrecieron PSE y PP de unirse para evitar que Bildu gobernara en San Sebastián y en todos los municipios donde no tuviera mayoría absoluta, lo que provocó que los socialistas vascos acusaran al PNV de tener "un pacto encubierto y vergonzante" con los abertzales. La escenificación del mal momento por el que ahora pasan las relaciones entre los nacionalistas vascos y el PSOE la protagonizaba ayer mismo Rubalcaba, cuando responsabilizó al PNV de haber propiciado la llegada al poder de Bildu en muchos sitios. "Podrían haber tenido menos poder institucional si las cosas se hubieran hecho de otra manera", dijo el vicepresidente del Gobierno, apuntando de manera directa al partido de Urkullu.
Desde Izquierda Unida también se ha acentuado el distanciamiento con el PSOE, colaborando en su desalojo del poder de muchos ayuntamientos y llegando a pactar con el PP en 60 de ellos (45 de los cuales tendrán alcalde popular y 15 de la coalición de izquierdas). IU tiene la llave del poder en Extremadura y aún es una incógnita qué hará. El socialista Fernández Vara necesita los votos de los tres diputados de Izquierda Unida para continuar presidiendo la comunidad pero no está nada claro que vaya a contar con su apoyo.
La nominación de Rubalcaba como candidato no ha tenido efecto entre el electorado | S. Sáez |
El segundo hecho al que hacíamos referencia como elemento de juicio que ha podido hacer recapacitar al presidente Zapatero es el nulo efecto que entre el electorado ha tenido la nominación de Alfredo Pérez Rubalcaba como candidato a las próximas elecciones generales. A falta de que lo proclamen oficialmente, la ciudadanía ya sabe que el actual vicepresidente será el cabeza de cartel del PSOE y no parece haberse inmutado por ello. Todas las encuestas publicadas tras conocerse la noticia vaticinan una debacle similar o mayor para los socialistas que la que le aventuraban antes de saber quién sería su candidato. Sin duda, lo poco democrático de la designación ha influido negativamente. Sea como fuere, lo cierto es que Zapatero y el PSOE contaban con que el efecto Rubalcaba les hiciera levantar algo el vuelo y les dejara con posibilidades de remontar en la precampaña y la campaña. Toda vez que el efecto, si lo hay, es negativo, no parece tener sentido tampoco agotar la legislatura por esto.
Así que la situación se ha agravado aún más y la posibilidad de que haya elecciones en otoño empieza a vislumbrarse como algo más que posible. Antes del parón veraniego, el Gobierno afrontará dos votaciones clave en las Cortes que, de perderlas, podrían darle la puntilla definitiva. Una es la de la fijación del techo de gasto, primer paso de los Presupuestos Generales; la otra, la convalidación del recientemente aprobado decreto que reforma la negociación colectiva. Para ninguna de ellas tiene asegurado apoyos suficientes. Solo PNV o CiU pueden salvarlas y ya vemos cómo están ahora las relaciones con ambos partidos. Hoy mismo el presidente peneuvista, Íñigo Urkullu, ha afirmado que en su partido "trabajan" con el "escenario realista" de que habrá elecciones en noviembre. Por si fuera poco, desde Europa continúan apremiando al Ejecutivo para que continúe con las reformas y ya le recomendaron la semana pasada una subida de impuestos. Ni qué decir tiene cuál sería el efecto que tendría entre el electorado la adopción de más medidas impopulares. La sensación general es la de que cuanto más tiempo pase, cuanto más tarde sean las elecciones, peor le irá al PSOE...
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