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martes, 15 de octubre de 2013

Rajoy, ¿presidente de un solo mandato?

"Cuando la gente cree que te estás muriendo, en realidad ya llevas tiempo muerto". Esta sentencia que pudimos escuchar en un episodio de Boss -recomendable serie, pese a sus altibajos- resume a la perfección una de las máximas incontrovertibles de la política: cuesta un mundo ganarse la confianza del electorado y muy poco perderla; y, cuando la pierdes, ya es prácticamente imposible recuperarla. Al llegar a lo más alto, a la jefatura de un Ejecutivo nacional, el desgaste suele ser inevitable y la acción de Gobierno, con los años, va pasando factura, favoreciendo la alternancia en el poder. Puede haber excepciones, claro, y para evitarlas basta con limitar los mandatos por ley -como en Estados Unidos- o por costumbre -como en España: tras el ejemplo de Aznar y Zapatero, parece improbable que un presidente pueda durar ya más de ocho años-.

Sin embargo, la pérdida de la hegemonía por parte de un partido y su líder suele comenzar en la segunda legislatura. Lo normal tras ganar unas elecciones generales es consolidarse y seguir creciendo, logrando con relativa facilidad la reelección, ya que no es tan fácil que la gente cambie su adhesión. En nuestro país, el proceso suele culminarse con la inmolación del presidente de turno que, aquejado de lo que dio en llamarse síndrome de la Moncloa, se encierra en sí mismo, se niega a escuchar a nadie y toma las decisiones por libre, sin reconocer error alguno. Sin embargo, lo que ahora está ocurriendo es absolutamente novedoso: Mariano Rajoy logró en noviembre de 2011 la victoria más contundente en la historia del centro-derecha español y, apenas tres meses después, comenzó a perder masivamente apoyos, hasta llegar a la situación actual. Las encuestas -el último CIS; la última de Metroscopia- sitúan hoy a su partido 10-12 puntos por debajo que hace dos años, algo imposible de revertir a corto plazo. ¿Cuáles son las causas? Creemos que fundamentalmente tres:

Rajoy, en la imagen junto a Cospedal, ha sufrido un gran desgaste en tiempo récord. | EFE
1) Rajoy no ganó las elecciones por su carisma ni por su liderazgo, tampoco porque el proyecto de su partido generara una ilusión desbordante. Se impuso por la tremenda descomposición de su rival, el PSOE de Zapatero y Rubalcaba, que experimentó un hundimiento espectacular del que veremos si algún día se recupera. Así las cosas, la única alternativa era el PP, a quien ayudó el hecho de ser recordado como el partido que salvó la anterior crisis económica y el gran logro de seguir aglutinando a todo el centro-derecha bajo su paraguas en 2008. La inercia determinó el resultado. Sin embargo, una victoria así tiene el gran punto débil de que se logra por deméritos ajenos más que por méritos propios y si a corto y medio plazo no cumples las expectativas, la fuga de apoyos será inexorable. El millón de personas que en tres años pasó de votar PSOE a votar PP -otro hecho inaudito en nuestra democracia- era potencialmente infiel.

2) El Gobierno del PP desarrolló desde su primer Consejo de Ministros un programa que poco tenía que ver con el que concurrió a las elecciones. Esto supone perder credibilidad a chorros, sobre todo cuando no eres capaz de diseñar un discurso que explique con claridad por qué haces lo que estás haciendo. No tienen más que charlar con cualquier simpatizante o militante del PP: están huérfanos de argumentos, de relato, de respuestas. Estos le seguirán votando, claro, pero difícilmente podrán sumar adeptos en estas circunstancias. El PP está desaprovechando el enorme potencial de tener 700.000 militantes a la par que pierde crédito.

3) El sistema político español está en crisis. La devaluación de todas las instituciones y el progresivo desapego de los ciudadanos hacia ellas es palpable y continuo desde hace años. En los últimos meses se ha pronunciado aún más y los grandes perjudicados por ello son los dos grandes partidos, hacedores principales del sistema que tenemos y que tantas críticas genera. PP y PSOE pierden fuerza por esto, en favor de las opciones hasta ahora minoritarias y de la abstención. Ambas plataformas, que no hacen nada por adaptarse al cambio de paradigma, apenas superarían hoy el 60% de los votos, frente al 73% de 2011 o el 84% de 2008.

¿Tiene margen de maniobra el PP? Siempre se pueden hacer cosas. Hoy por hoy sigue siendo el partido que lidera los sondeos y el que gobierna con una cómoda mayoría absoluta. Esta es ya imposible de revalidar y su objetivo debe ser alcanzar el 40% de los votos, lo que le daría más de 150 escaños y haría muy difícil un cambio de Gobierno. El PSOE, igual o más debilitado que en 2011, tendría que tejer una compleja alianza con muchos partidos muy alejados entre sí para evitarlo. ¿Cómo llegar a esa cota? En primer lugar, presentando un candidato distinto y, en segundo, emprendiendo una campaña de cohesión y movilización de su masa electoral. Se trata de aglutinar los mismos apoyos que cuando Zapatero ganó por segunda vez, ni más ni menos. Rajoy, sin entrar a valorar su gestión ni su capacidad, es ya un político achicharrado, la gente cree que se está muriendo y eso es porque ya es un cadáver político. Si lo asume y deja paso, siempre podrá vender que se sacrificó por España y por su partido, asumiendo el coste de las medidas impopulares que la situación requería. 

Aznar, junto a San Gil el lunes en San Sebastián. | A. Press
El PP necesita un cambio de aires que ilusione a los suyos -para arrebatar adeptos a los demás no hay tiempo- y logre el cierre de filas que necesitan. Los movimientos de algunos de los barones autonómicos y las calculadas reapariciones de Aznar no son casuales, ya hay muchos convencidos de esto. El viento favorable de la recuperación económica que empieza a vislumbrarse puede ser el punto de partida, pero sería un gran error fiar todo a ello. Sus efectos palpables tardarán en llegar y, si siguen sin explicar nada, el efecto será nulo. El encargado de transmitirlo tiene que ser alguien a quien la gente vaya a escuchar, un cartel nuevo y con tirón (analizaremos las distintas alternativas en próximos posts). Rajoy -como Rubalcaba- no da el perfil. Si se empeña en presentarse por cuarta vez, cosa que creemos poco probable, se hará un flaco favor a sí mismo y al PP. Porque parece ya decidido que será el primer presidente español de un solo mandato.


miércoles, 4 de enero de 2012

El inquietante inicio del Gobierno Rajoy

Nueve días. Ese es el tiempo que el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, tardó en incumplir su mayor promesa electoral y en legislar en contra del precepto básico de la política liberal que él y su partido aseguran defender. El Ejecutivo del PP no solo llevó a cabo la segunda mayor subida de impuestos de la historia (solo Zapatero aumentando el IVA y eliminando la deducción de los 400 euros le superó en volumen de ingresos previsto), sino que emprendió una reforma fiscal progresiva, en la que las clases medias se llevan, de largo, la peor parte. Un tercer factor redondea la jugada: el anuncio de la medida se hizo mediante el populista discurso que tanto criticaban en la oposición: "que pague más el que más tiene". Como muy bien ha expresado David Gistau, Rajoy ha confundido la disposición al sacrificio de quienes le votaron con la disposición a ser engañados.

De ningún modo puede valer como excusa el haberse encontrado con un déficit dos puntos superior al previsto, puesto que ese desfase era algo que en el PP conocían. Contaban con ello desde hace meses, contaban con ello en la campaña en la que prometieron no subir impuestos y contaban con ello en el debate de investidura donde Rajoy anunció que el ajuste sería de 16.500 millones, sin matizar suficientemente que ese solo sería el principio, dado que era muy posible que el déficit público superara con creces el 6%. El hecho de que se haya ensalzado hasta la saciedad lo "modélico" del traspaso de poderes, el que Rajoy y Zapatero hagan gala ahora de una sobrevenida e infranqueable amistad, el que el presidente entrante despidiera al saliente con un generoso "acertó y se equivocó, como todos" o el que se condecore con la Cruz de Isabel la Católica al Gobierno socialista son solo algunos indicios de cuán paniaguado estaba todo y cuán grande fue el engaño pergeñado por los vencedores de las elecciones y por el Ejecutivo saliente, que hasta hace bien poco también aseguraba con inusitada firmeza que se cumpliría el objetivo de déficit, e incluso que había 4.000 millones de margen.

De Guindos, Santamaría, Montoro y Báñez anunciaron las medidas el 30 de diciembre.

La excusa del despilfarro autonómico tampoco vale. No vale para el Gobierno del PP porque su partido controla la mayoría de las comunidades y algo sabría ya de cómo estaban las cuentas hace unas semanas. Y no vale para los socialistas porque el déficit del Estado ha superado en 3 décimas lo previsto y la Seguridad Social ha acabado el año en números rojos pese a que el Gobierno del PSOE esperaba un superávit del 0,4%.

Es obvio que Rajoy y su Gobierno han optado por tomar todas las medidas que creen necesarias desde el primer momento, sin que les tiemble el pulso, con el objetivo de transmitir firmeza a los mercados y a los ciudadanos españoles. Se la juegan en la primera parte de la legislatura sabedores de que una recuperación de la economía a partir de 2013, con un importante ritmo de creación de empleo, calmará al electorado que previamente podría haberse enfurecido no solo por la dureza de esas medidas sino, insistimos en que esto es lo relevante, por el engaño manifiesto del PP. Es obvio que el Ejecutivo acaba de empezar a rodar y goza aún de todo el crédito por parte de quienes le votaron, pero haber arrancado con un gesto así puede precipitar la erosión de esos cuatro ministros que anunciaron las nuevas y del presidente del Gobierno. Este jueves vendrá el segundo capítulo del plan de ajustes, seguramente con privatizaciones y supresión de empresas públicas. Y de aquí a marzo, cuando se aprueben los Presupuestos de 2012 (puede que con una subida del IVA, dando otro revés a la coherencia del PP), será un no parar. Lo del viernes 30 fue solo "el inicio del inicio", como dijo la vicepresidenta Sáenz de Santamaría, pero de este Gobierno se esperaban profundas reformas de cuyo desarrollo aún sabemos poco. La del mercado de trabajo y la del sector financiero son las que más urgen y en ello están ya Báñez y De Guindos. Si no llegan pronto y no empiezan pronto a desarrollar el programa reformista que abanderaron, su crédito se irá diluyendo. No decimos nada si a ello suman una gestión contraria a la antes defendida, una profunda recesión en el primer semestre del año o las contradicciones, desautorizaciones y multiplicidad de voces que se están produciendo en el seno del Gobierno en este inicio de legislatura.




jueves, 2 de diciembre de 2010

Zapatero vuelve a pedir tiempo

La historia se ha repetido. Ha pasado lo mismo que en el mes de mayo: la desconfianza de los inversores en la solvencia de España se ha disparado tras el rescate a Irlanda (hace medio año le tocó a Grecia) y nuestra prima de riesgo ha alcanzado el máximo histórico, con la Bolsa cayendo más de un 14% en un mes. Además, Bruselas ha puesto en entredicho que las previsiones del Gobierno en cuanto a crecimiento y reducción del déficit fueran a cumplirse y se han multiplicado las voces pidiendo transparencia al Ejecutivo. La situación empeoraba día tras día y la respuesta del Gobierno para intentar calmar las aguas también ha sido la misma que en mayo: dar una imagen (o intentarlo) de seriedad, de seguridad en sí mismo y de solvencia. Se han repetido los mensajes de que no se tomarían medidas ante las presiones que se multiplicaban exigiéndolas (de los mercados, de la UE) porque no hacían falta. "Se trata de una fluctuaciones coyunturales en los mercados y no se les va a dar respuesta", aseguraba anteayer el Secretario de Estado de Economía, José Manuel Campa.

Sin embargo, la situación se hizo tan insostenible que ayer el presidente del Gobierno tuvo que anunciar un nuevo paquete de medidas de ajuste para reducir el déficit. El efecto fue inmediato: el Ibex ganó un 4,4%, la prima de riesgo bajó a los 254 puntos (después de haber llegado a los 311 el día anterior) y la calma volvió, aunque sea momentáneamente. Hoy se han vuelto a colocar otros 3.468 millones de deuda a un 3,72% de interés. Zapatero pidió tiempo muerto a los mercados por segunda vez en medio año y estos se lo han vuelto a conceder. El problema es que de nuevo es algo coyuntural. Parece inevitable que en unas semanas, quizá unos meses, las dudas vuelvan sobre una España que no afronta las grandes reformas de calado y consenso que necesita (único antídoto para calmar definitivamente a los inversores). Zapatero, haciendo gala de su extraordinario espíritu de supervivencia, ha vuelto a evitar el desastre en el último momento. Se resiste todo lo que puede a aplicar unas recetas en las que no cree, que no están en su ideario, que no pasan la criba de sus principios.

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Zapatero, ayer en el Congreso flanqueado por sus dos vicepresidentes

El hecho de que se haya negado a actuar ante las presiones y al poco tiempo lo haya hecho, impregna un carácter de improvisación al nuevo plan de ajuste que resulta difícil de rebatir. Fue ayer mismo por la mañana cuando Rodríguez Zapatero anunció que suspendía su viaje a la Cumbre Iberoamericana para presidir el trascendental Consejo de Ministros de este viernes, el que aprobará las medidas anunciadas y, previsiblemente, alguna más. Se ha tratado de evitar hasta el final adoptar estas decisiones. Se ha esperado a que no hubiera más remedio... Pero al final se ha hecho. Y se ha hecho 'sobre la marcha'. Un nuevo bofetón al electorado de izquierdas y un argumento más para quienes reniegan de este Gobierno, entre otras cosas, por sus continuos vaivenes e improvisaciones. Zapatero ha sufrido esta semana otro revés a su gestión, otra marea de desgaste importantísima. Pero ha salido vivo. Sigue ahí, a la espera de que la situación mejore y le dé un respiro, está casi encomendado. Hace tan solo unas horas, en una entrevista a CNCB, aseguraba que España será uno de los países que más crezca en los próximos años. Oirle decir estas cosas suenan ya más a anhelado deseo que a predicción argumentada. Y más cuando las previsiones del FMI apuntan a que España será el tercer país que menos crezca en 2012 y el cuarto por la cola en 2013.